"HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO"
Esta petición es un acto de conformidad con la voluntad de Dios. Es tan importante esta virtud de conformar en todo nuestra voluntad con la de Dios, que "ella sola basta para alcanzar la santidad", como dice el Doctor de la Iglesia San Alfonso María de Ligorio.
De la misma opinión es Santa Teresa: "En lo que está la suma perfección claro está que no es en regalos interiores, ni en grandes arrobamientos, ni visiones, ni espíritu de profecía, sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiere, que no la queramos con toda nuestra voluntad, y tan alegremente tomemos lo dulce como lo amargo entendiendo que lo quiere su Majestad. Esto parece dificultosísimo y así en verdad que lo es. Más esta fuerza tiene el amor, si es perfecto, que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos. Y verdaderamente es así; que aunque sean grandísimos trabajos, entendiendo contentamos a Dios, se nos hacen dulces". (Libro de las Fundaciones. Capit.5).
Para hallarnos prontos para ejecutar en todo momento la voluntad de Dios, debemos ofrecernos de antemano a abrazar con paz cuanto Dios disponga y quiera de nosotros, como lo hacía David diciendo: "Firme está mi corazón, oh Dios, firme mi corazón". Salmo 142,10).
Y este ofrecimiento debemos hacerlo con la mayor frecuencia posible. Santa Teresa se ofrecía a Dios cincuenta veces al día para que dispusiera de ella como quisiera, dispuesta a recibir cuanto le enviara fuera próspera o adverso.
Pero no sólo debemos conformarnos con los males que provienen directamente de Dios, como enfermedades, reveses de fortuna, muerte de familiares, etc., sino también con los males que provienen por medio del hombre. Supongamos que un joven se está recreando en su flamante reloj automático, calendario y superestanco, y un amigo envidioso se lo pide con el pretexto de verlo y se lo destroza inmediatamente dándose a la fuga. La reacción más lógica de dicho joven sería recitar una letanía de maldiciones, que alcanzara hasta la tercera y cuarta generación de su enemigo. Pero la reacción más santa sería repetir las palabras de Job: "El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea su santo nombre" (Job. 1,21). De modo que no sólo debemos conformarnos con lo que Dios quiere, sino incluso con lo que permite que suceda, pues como dice San Pablo, "todo coopera al bien para los que aman a Dios, para los llamados según sus designios" (Rom. 8,28).
Mientras estemos en esta vida no podremos conseguir una felicidad mayor que la que experimentamos al cumplir en todo la voluntad de Dios y conformarnos con ella.
Esta conformidad con la voluntad de Dios es el mayor don que Dios puede concedernos y por eso quiso Cristo enseñarnos a pedírselo, para que cuando lo consigamos sepamos agradecerlo y sigamos pidiéndoselo todos los días, pues de poco nos serviría poseerlo si acabáramos perdiendolo; y es tan fácil perder este don, que si Dios no nos lo conserva con la eficacia de su gracia, lo perderemos sin remedio. En este sentido, no es exacto lo que dije anteriormente: que este es el mayor don que Dios puede concedernos, pues puede concedernos otro mayor: el de perseverar en esta conformidad hasta el fin de nuestra vida, pues nadie puede estar seguro de ésta perseverancia, y nadie puede conseguirla si Dios no se la da.