MORADAS SEPTIMAS
Esta morada es como el centro del alma donde Dios habita cuando ésta en gracia. En ella se da la total unión del alma con Dios mediante el matrimonio espiritual. En los éxtasis anteriores de la morada VI ha entrado el alma en la morada VII pero se ha quedado ciega como San Pablo. Aquí quiere Dios que se le caigan las escamas de los ojos y que vea claramente lo que hay en esta morada, es decir, que contemple con visión intelectual a la Santísima Trinidad que habita en su alma y que en cierto modo comprenda este misterio, como si gozara ya de la visión beatífica: « por cierta manera de representación de la verdad se le muestra la Santísima trinidad, todas tres personas, con una inflamación que primero viene a su espíritu, a manera de una nube de grandísima claridad, y estas personas distintas, y por una noticia admirable que se da al alma entiende con grandísima verdad ser todas tres personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios; De manera que lo que tenemos por fe allí lo en tiende el alma, podemos decir, por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no les visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres personas y le hablan y le dan entender aquellas palabras que dice el evangelio: « si alguno me ama guardará mi palabra y mi padre le amará, vendremos a él y en él haremos nuestra morada.» (Jn. 14,23). De modo que el misterio de la Santísima Trinidad que creemos por la fe, sin entenderlo, el alma lo comprende aquí por visión. Y cada día se espanta más el alma por qué no pierde nunca esta presencia de la Trinidad en su alma, sino que claramente ve que están en lo interior de su alma, en lo más íntimo, en una cosa muy honda, que no sabe decir cómo es siente en sí esta divina compañía. Esta presencia que continúa no es tan clara como la primera vez que se le manifiesta y otras veces que quiere Dios concederle esta gracia; porque si así fuera de sería imposible entender en otra cosa, ni tratar con los demás. Sin embargo esta alma generalmente puede entender en todas las ocupaciones propias, sin perder esta presencia.
El matrimonio espiritual. En estar morada se daba el matrimonio espiritual que es el más alto grado de unión con Dios que un alma puede alcanzar en esta vida: «La primera vez que Dios hace esta merceded, quiere su majestad mostrarse al alma por visión imaginaria de su sacratísima humanidad, para que lo entienda bien, y no éste ignorante, de que recibe tanto soberano don. A Santa Teresa se le apareció después de comulgar y le dijo: «cuida tú de mis cosas que yo cuidaré de las tuyas. « Es un secreto tan grande y una gracia tan extraordinaria la que comunica Dios en un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no se puede comparar sino con la gloria del cielo, pues quiere Dios manifestarle, por aquel momento la gloria que hay en el cielo, de manera más excelente que por ninguna visión ni gusto espiritual. Así como en el matrimonio se puede decir que son dos en una sola carne, aquí se puede decir que el alma y Dios son dos en un solo espíritu, por eso dice Santa Teresa que el espíritu de esta alma queda hecho una cosa con Dios. De modo que así como los casados no pueden ya separarse, así tampoco quiere Dios, apartarse ya más del alma. Lo mismo que una gota de agua cuando cae en un rio o en el mar, queda hecha una cosa con él, de modo que es imposible aportarla, así queda el alma totalmente transformada y unida a Dios, por eso se cumple en ella lo que dice san Pablo: «el que se acerca a Dios se hace un espíritu con El.» (1ª Cor. 6,17). También se cumple lo que dice el apóstol: «para mí vivir es Cristo y morir una ganancia» (Fil. 1,21). Así puede decir aquí el alma, porque muere como la mariposa del gusanillo de seda y con grandísimo gozo, porque su vivir es ya Cristo. De vez en cuando le vienen grandes consolaciónes, a modo de olas de gracia, que hacen que todo el cuerpo participe de esta felicidad de que goza el alma continuamente. Siente el alma claramente, que Dios es quien le da la vida a nuestra alma y por eso siente a veces deseos de decirle: «¡Oh vida de mi vida y sustento de mi sustento!» El alma goza siempre de una paz extraordinaria e imperturbable y esto le hace pensar a la santa que esta paz es la que le dio Cristo a la Magdalena cuando le dijo: « tu fe que te ha salvado; vete en paz» (lc.7,50). Y también cuando se apareció a los apóstoles y les dijo: «La paz sea con vosotros» (Jn. 20,19). Estas palabras debieron causar en los apóstoles el desapego afectivo de todo lo creado elevándolos a la séptima morada. Santa Teresa da por seguro, que todo el que se vacía del afecto a las criaturas de un modo total, llegará a esta morada. Incluso piensa, que todos pueden llegar si quieren, pues ésta es la voluntad de Cristo, que en la última cena pidió para sus apóstoles y para todos los cristianos éste alto grado de unión con Dios: « No sólo ruego por ellos sino por todos los que crean en mi por su palabra. Que por todos sean uno, como tú, Padre, estas en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros» . Dice textualmente la Santa: « Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque así dijo su Majestad: no sólo ruego por ellos sino también por todos los que han de creer en mí » (Moradas 7ª c. 2,10). Insiste Santa Teresa en que si no llegamos aquí es por nuestra culpa: « ¡Oh, válgame Dios, qué palabras tan verdaderas y como las entiende el alma, que en esta oración lo de por sí! ¡Y como lo entenderíamos todos si no fuese por nuestra culpa! Pues las palabras de Jesucristo, nuestro Rey y Señor no pueden faltar; más como faltamos nosotros, en no disponernos desviarnos de todo lo que puede embarazar esta luz, no nos vemos en este espejo que contemplamos, adonde nuestra imagen está esculpida» (Ibid.). En esta morada no se dan las distracciones en la oración, que solían darse en las moradas anteriores, pues todos los sentidos y potencias están sometidos a la voluntad, de modo que ni siquiera la imaginación, que es la loca de la casa, causa aquí molestias. A pesar de esta gran estabilidad espiritual y este altísimo grado de unión con Dios, no por esto se cree el alma segura, sino que anda con mucho más temor que antes en evitar la más mínima ofensa a Dios y con grandísimos deseosos de servirle, y con ordinaria pena y confusión de ver lo poco que puede hacer y lo mucho a que está obligada, que no es pequeña cruz, sino gran penitencia; el deseo de hacer tendencia es tan grande, que cuanto mayor es la penitencia más le deleita. Su mayor penitencia es no tener salud para hacer grandes penitencia, pues sus sed de sufrimiento es insaciable.
EFECTOS DE ESTA ORACION
1º) muerte total del propio egoísmo: tiene un olvido de sí, que no se acuerda que de para ella ha de haber cielo, ni vida, ni honra, porque toda está ocupada en procurar la gloria de Dios. Parece que las palabras que le dijo el Señor: « cuida tú de mis cosas, que yo cuidaré de las tuyas», han hecho su efecto.
2º) Su única preocupación es la gloria de Dios: «así de todo lo que puede suceder, no tiene cuidado, sino un extraño olvido, que, como digo, parece ya no es, ni querría ser en nada, nada; si no es para cuando entiende que puede haber por su parte algo en que acreciente un punto de gloria y honra de Dios, que por esto pondría muy de buena gana su vida» (c. 1,3).
3º) Un gran deseo de padecer, pero sosegado y tranquilo, totalmente subordinado a la voluntad de Dios. « Un deseo de padecer grande, mas no de manera que la inquiete, como solía; porque es en tanto extremo el deseo que queda en estas almas de que se haga la voluntad de Dios en ellas, que todo lo que su Majestad hace, tienen por bueno; si quiere que padezca enhorabuena; si no, no se mata como solía» (c. 3).
4º) Gozo en la persecución: « Tienen estas almas un gran gozo interior cuando son perseguidas, con mucha más paz de lo que queda dicho, y sin ninguna enemistad con los que las hacen mal o desean hacer, antes les cobran amor particular; de manera que si los ven en algún trabajo, lo sienten tiernamente, y cualquiera trabajo tomarían por librarlos de él, y encomiéndanlos a Dios muy de gana, y de las mercedes que Dios les hace holgarían perder por que se las hiciese a ellos, porque no ofendiesen a nuestro Señor.»
5ª) Celo ardiente por la salvación de las almas. A pesar de que antes sólo deseaban morir para gozar de Dios y este deseo les atormentada, ahora quisieran vivir hasta el fin del mundo para servir a Dios y salvar el mayor número posible de almas aun a costa de los mayores sufrimientos (Libro de su Vida 37,2 ). «Ahora es tan grande el deseo que tienen de servir a Dios, y que por ellas sea alabado, y de aprovechar algún alma si pudiesen, que no sólo no desean morirse, más vivir muchos años padeciendo grandísimos trabajos, por si pudiesen que fuese el Señor alabado por ellos, aunque fuese en muy poca cosa. Y si supiesen cierto que, en saliendo el alma del cuerpo, ha de gozar de Dios, no los hace al caso, ni pensar en la gloria que tienen los Santos; no desean por entonces verse en ella. Su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al crucificado, en especial cuando ven que es tan ofendido y los pocos que de veras miren por su honra, desasidos de todo lo demás » (c. 3,4).
6º) Desapego afectivo de todo lo creado, ansias de soledad, ausencia de sequedades espirituales. « Un desasimiento grande de todo y deseo de estar siempre o solas u ocupadas en cosa que sea provecho de algún alma. No sequedades ni trabajos interiores, sino con una memoria y ternura con nuestro Señor, que nunca querría estar sino dándole alabanzas; y cuando se descuida, el mismo Señor la despierta.»
7º) Paz y quietud imperturbables. Llegada el alma a estas alturas goza de una paz y sosiego imperturbables. No hay tempestad de la tierra ni vendaval del infierno tan furiosos que puedan conmover lo más mínimo el centro o fondo más profundo de estas almas, convertido en un océano de paz. Santa Teresa dice que en este asilo imperturbable «no osará entrar el demonio ni le dejará el Señor entrar. » (c. 3,10).
8º) Ausencia de éxtasis y arrobamientos . Tan profunda es la paz y quietud interior que nunca es perturbada ni siquiera por fenómenos místicos y violentos. El alma no padece ya, a no ser rarísima vez, éxtasis y arrobamientos, a pesar fe que las comunicaciones divinas son mucho mayores que antes. La razón de esto es que el alma está más fuerte que antes, más acostumbrada a las intensas comunicaciones con Dios y además porque la acción de Dios recae más directamente sobre el espíritu como dice san Juan de la Cruz (Noche II,1 nº2).
9º) muerte de amor: aunque santa Teresa no toca este tema es digno de citarse vid el estado de San Juan de la Cruz: « De donde se debe saber que el morir natural de las almas que llegan a este estado, aunque la condición de su muerte, cuanto al natural, es semejante a las demás, pero en la causa y en el modo de la muerte hay mucha diferencia. Porque si las otras mueren muerte causada por enfermedad o por longura de días, éstas, aunque en enfermedad mueran o en cumplimiento de edad, no las arranca el alma sino algún ímpetu y encuentro de amor mucho más subido que los pasados y más poderoso y valeroso, pues pudo romper la tela y llevarse la joya del alma. » (Noche II,20,25). Por eso dice La escritura: « Preciosa es a los ojos del Señor la muerte de sus justos.» (Sal. 116,15).
Aunque ordinariamente anda con estos efectos, algunas veces quiere Dios recordarles lo poco que pueden por sí mismas y entonces parece que se juntan todas las cosas ponzoñosas del Arrabal y moradas de este castillo, para vengarse de ellas por el tiempo que no pueden hacerlo. La suerte es, que esto lo suele durar más que un día y además es poco frecuente, aunque en San Pablo parece ser que se daba con bastante frecuencia, puesto que le pidió a Dios 3 veces que lo librara de estas tentaciones, a lo que respondió Dios: « Con mi gracia de basta, porque la virtud se perfecciona en la debilidad » (2ª Cor. 12,9). Esto lo hace Dios por dos razones: la primera para que esté siempre humilde la segunda para que conozca mejor lo que debe a Dios, y la grandeza de la gracia que recibe y le alabe.
A pesar de los grandes deseos que tienen de no cometer la menor imperfección, no pueden dejar de cometer muchas, e incluso pecados veniales semideliberados. Ya que esto es imposible evitarlo mientras estamos en esta vida.
Por último santa Teresa quiere explicar el fin para el que Dios da tantas gracias extraordinarias a algunas almas en este mundo, y dice que nadie piense que se las da solamente para regalarlas, pues sería gran error, sino « que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza y así poder imitar a Cristo en el mucho padecer. Siempre hemos visto que los que más cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor, fueron los de mayores trabajos: miremos los que pasó su gloriosa Madre y los gloriosos apóstoles. ¿Cómo pensáis que pudiera sufrir San Pablo tan grandísimos trabajos?» (c. 4,5). Por eso dijo Dios a Ananías «anda, que éste es mi instrumento escogido, para llevar mi nombre a los gentiles y Reyes, y a los hijos de Israel. Pues yo le mostraré cuanto debe padecer por mi nombre» (Hech. 9,15-16).
Insiste la Santa en la necesidad de que la oración vaya acompañada de buenas obras y de la práctica de las virtudes: « Torno a decir, que para esto es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar, porque si no procuraráis virtudes y el ejercicio de ellas siempre os quedareis enanas, y aun plegue a Dios que sea sólo no crecer, porque ya sabéis, que quien no crece, descrece; porque el amor tengo por imposible de contentarse de estar en un ser adonde le hay» (c. 4,10).
REFLEXION TEOLÓGICA
Hay una frase de Santa Teresa en las moradas terceras, que da mucho que pensar, dice:
« Cierto, estado es para desear y que al parecer no hay por qué se les niegue la entrada hasta la postrera morada, ni se la negará el Señor si ellos quieren, que linda disposición es, para que les haga toda merced » (Moradas Terceras c.1,5). Con esto se nos plantea el siguiente problema: ¿Estamos todos los cristianos llamados a una santidad heroica, de modo que el que no la alcance es únicamente por su culpa, o la santidad heroica es una vocación especial de algunas almas privilegiadas de la gracia? Porque si, como dice Santa Teresa, el que ha llegado a la tercera, no hay por qué se le niegue la entrada hasta la postrera, es decir hasta la séptima, ni se lo negará el Señor si él pone todo lo que está de su parte, tendremos que concluir, que el que no llega a Santo es porque no le da la gana, y no, porque Dios no esté dispuesto a darle gracias extraordinarias si él se dispone a recibirlas. Desgraciadamente, esas disposiciones no son nada fáciles de conseguir, y nos ocurre como al joven rico, que nos acobardamos, y nos echamos atras, perdiendo así un bien tan grande, que sólo en la otra vida podremos comprender la inmensidad de nuestra perdida. Por eso dice Santa Teresa: « ¡Oh Jesús! ¿Quién diría que no quiere un tan gran bien, habiendo ya en especial pasado por lo más trabajoso? No, ninguna; todos decimos que lo queremos; más como aún es menester más, para que del todo posea el Señor el alma, no basta decirlo, como no bastó al joven rico cuando de dijo el Señor que si quería ser perfecto » (Terceras Moradas c. I,1,5 ).