MORADAS SEXTAS.

En esta morada el alma herida del amor del esposo procura más duras para estar su sola y quitar todo lo que le puede estorbar de esta soledad. Es tanto lo que el alma sufre en esta morada, tanto en el cuerpo como en el alma, que no existen palabras para expresarlo, pues se puede sentir, pero no decir. Santa Teresa dice, que si se entendiesen sería dificilísimo, que un alma se decidiera a sufrirlos, por bienes que se le representasen. Comienzan los sufrimientos por los comentarios de la gente, que empieza a decir que esta alma trata de hacerse pasar por Santa, que está engañada del demonio y que esta engañando a su confesor. Llega la cosa a tal punto, que a veces se encuentra con que ya no tiene sacerdote que quiera confesarla. En el cuerpo sufre enfermedades grandísimas con unos dolores tan agudos que son los mayores que hay en la tierra.

Santa Teresa dice que desde que entró en esta morada, hace ya cuarenta años, no estuvo un día sin tener dolores ni algo que padecer. En cuanto a los dolores espirituales comencemos por el tormento de dar con un confesor, tan cuerdo que sospecha de todo y que todo teme que sea demonio, y, como el alma es tan humilde, y piensa tanto en sus pecados, llega a creer, que es posible que por sus pecados, Dios permita que el demonio la engañe. Por si fuera poco vienen unas sequedad, que parece que jamás se ha acordado de Dios ni se ha de acordar, y que como una persona de quien oyó hablar desde lejos es cuando oye hablar de su Majestad. Le parece que ni ama a Dios ni lo ha amado nunca, que no sabe informar a los confesores y que los trae engañados, incluso llega a pensar que se va a condenar. Esta el entendimiento tan oscuro, que no es capaz de ver la verdad y cree los desatinos que el demonio le quiere representar. Siente un apretamiento interior tan intenso, que no tiene punto de comparación, si no es con los tormentos del infierno; porque ningún consuelo se admite en esta tempestad. Y si intenta consolarse con el confesor parece que han acudido los demonios a él para que la atormente más. Si intenta leer un libro, no entiende absolutamente nada, porque no está el entendimiento capaz. Ningún remedio hay en esta tempestad sino esperar en la misericordia de Dios, que en un momento y cuando menos se lo espera, la saca de estas tinieblas y la inunda de consuelo, y así conoces claramente su miseria y lo poquísimo que podemos, si nos desampara el Señor. Porque la gracia está tan escondida, que le parece que no tiene el más mínimo amor a Dios, ni le tuvo jamás, todas las experiencias religiosas anteriores le parecen cosas soñadas y antojos. Ningún consuelo de este mundo le aprovecha, pues se intentaran consolarla con esto, sería como si a un condenado le pusieran delante todos los deleites que hay en el mundo, que en lugar de darle alivio le aumentaría el tormento. Si reza, es como si no rezase, porque no puede hacer oración mental y aunque rece vocalmente, no entiende lo que dice. Aunque la soledad le hace mayor daño que la compañía, le resulta un tormento estar acompañada, pues no está ni para que le hablen; y así, por mucho que se esfuerce, anda con un desabrimiento, que se nota claramente. Lo peor del caso es que no sabe explicar lo que le pasa, porque son unos apretamientos en penas espirituales, que no se sabe cómo explicarlos. También los demonios dan otros tormentos interiores, aunque éstos no son tan ordinarios. En ésta morada se producen las heridas de amor, que son unos impulsos tan delicados y sutiles, que proceden de lo muy interior del alma, que no tienen punto de comparación. Muchas veces se producen estando la persona descuidada y sin pensar en Dios, con la rapidez de un cometa o un trueno, aunque no se oye ruido. A veces le hace estremecerse y quejarse. Siente ser herida sabrosísimamente, pero no sabe cómo ni quién la hirió, y jamás querría sanar de aquella herida. Se queja con palabras de amor incluso exteriores. Siente que está presente el Esposo, pero no puede gozar de él y esto le produce una gran pena aunque sabrosa y dulce. Hace en ella tan gran operación, que se está deshaciendo de deseos, y no sabe qué pedir, porque claramente le parece que está Dios con ella, sin embargo siente una pena que parece que le llega a las entrañas y que cuando de ella saca la saeta el que la hiere, parece que se lleva las entrañas tras de sí, según el sentimiento de amor que siente. Esta pena le viene, de que, aunque siente el amor a Dios, no acaba de abrasarse en él, que es lo que desea con toda su alma, sino que ya que se va a inflamar, se apaga la chispa que lo provoca y queda con deseos de volver a padecer aquel dolor amoroso que le causa.

También suele nuestro Señor darle a estas almas, cuando menos se lo esperan, estando rezando vocalmente, una inflamación deleitosa, que las inunda por completo y la mueve a hacer grandes alabanzas a Dios.

Otra manera tiene Dios de despertar el alma; y aunque es una gracia mayor, puede ser más peligroso, y son unas hablas con el alma de muchas maneras; unas parece vienen de afuera, otras de lo muy interior del alma, otras de lo superior de ellas, otras tan en lo exterior, que se oyen con los oídos. Muchas veces puede ser antojo, en especial de persona de flaca imaginación o melancólicas. En este caso es menester oír a estas personas como a enfermas y quitarles la oración y aconsejarles que no hagan caso de ella. Y aunque éstas locuciones sean verdaderas, siempre es lo mejor, decirle, que no hagan caso de ellas al principio, hasta ir entendiendo el espíritu. Porque si es de Dios, es más ayuda para ir adelante, e incluso crece cuando es provocado. Todas las clases de locuciones dichas anteriormente pueden ser de Dios, del demonio o de la propia imaginación. Las almas que tiene estas locuciones, aunque sean de Dios, no deben pensar que son mejores por eso, porque mucho más habló Cristo a los fariseos, y todo el bien de estas locuciones está en cómo se aprovecha uno de ellas.

Las señales más ciertas de que son de Dios son éstas:

1ª ) El poderío, y señorío que traen consigo, ya que producen en el alma lo mismo que significa, ejemplo: está el alma con una gran tribulación, sequedad e inseguridad en el entendimiento, con que: « no tengas penas», queda sosegada, sin ninguna pena y con gran paz. Está afligida, porque le ha dicho su director, que aquellas locuciones son cosa del demonio y con que oiga decir a Cristo: « yo soy, no tengas miedo», se le quita del todo la tristeza y queda consoladísima y totalmente convencida de que aquello es cosa de Dios.

2ª ) Queda en el alma una gran quietud y recogimiento devoto y pacífico y grandes deseos de alabar a Dios.

3ª ) Estas palabras no se olvidan en mucho tiempo, y algunas jamás y además, si es alguna profecía, quedan con una seguridad absoluta de que se van a cumplir aunque parezca todo lo contrario.

Si estas locuciones son falsas no harán ninguno de estos efectos: ni certidumbre, ni paz y gusto interior.

Aunque tengan locuciones verdaderas, jamás deben hacer lo que oyen sin consultarlo con su director espiritual , aunque se estén completamente convencidos de que es cosa de Dios, pues es la única garantía para no ser engañada por el demonio. Pues dijo Cristo: « Quien a vosotros oye, a mí me oye» (Lc.10,16), y el consejo del confesor ayuda a dar ánimo, cuando Dios les aconseja algo difícil, y Dios le hará creer al director, que es Espíritu suyo, cuando él lo quiera y si no, no están obligados a cumplir lo que oyen.

Otra manera de comunicarse Dios con el alma, es la visión intelectual. Oye las palabras en lo íntimo del alma con una gran certeza de que es cosa de Dios y además da certidumbre de no poder el demonio tener parte allí, y esto por varias razones: 1º) porque es tan clara la locución, que se acuerda hasta de una sílaba que falte a la frase; en cambio, cuando es cosa de la imaginación, no es lo que se oye tan distinto ni claro, sino como cosa soñada. 2º) Porque sucede cuando menos se lo espera, incluso conversando con alguien. 3º) Porque se limita a oír, en cambio, cuando es imaginación, él mismo va componiendo poco a poco la frase. 4º) Porque las palabras son muy diferentes y con una se comprende mucho en un instante. 5º) Porque junto con las palabras se da a entender mucho más de lo que ellas por sí solas significan. Por eso en el caso de que sea cosa del demonio, no podrán producir los efectos que quedan dichos, sino todo lo contrario, es decir, no dejarán paz, ni luz, sino inquietud y alboroto.

Si realmente son de Dios, mientras más locuciones tiene, quedará más confundida y más humilde y más se acordará de sus pecados y más se olvidará de su provecho, y más empleará su voluntad y memoria en querer sólo la gloria de Dios, y con más temor andará de no acertar en algo a cumplir su voluntad y más segura de que no mereció aquella gracia sino el infierno.

El desposorio espiritual entre El alma y Dios se concluye, cuando comienza la persona a tener éxtasis. Consisten en que estando el alma, aunque no sea en oración, con una sola palabra que oye sobre Dios, queda totalmente abrasada en su amor, pierde el uso de los sentidos exteriores y como un ave Fénix queda renovada y piadosamente se puede creer, perdonadas las culpas, que debía expiar en el purgatorio. Aunque pierde el uso de los sentidos exteriores, nunca estuvo el alma tan despierta para las cosas de Dios, ni con tan gran luz y conocimiento de su Majestad.

Cuando estando el alma en esta suspensión quiere Dios revelarle algunos secretos sobre cosas del cielo y visiones imaginarias, esto lo sabe después decir, y de tal manera queda imprimido en su memoria, que jamás se le olvida; pero cuando son visiones intelectuales, no las sabe decir. Pero aunque no puede explicar las visiones intelectuales, le causan un gran provecho a sí mismo, porque en lo interior del alma quedan bien impresas y jamás se le olvidan. Quedan unas verdades en esta alma tan fijas de la grandeza de Dios, que aunque no tuviera fe, le adoraría desde aquel momento como Dios, como le ocurrió a Jacob cuando vio la escala, que con ella debía entender otros secretos que no los supo decir. Tampoco Moisés supo decir lo que vio en la zarza, sino lo que quiso Dios que dijese. Tiene santa Teresa un párrafo digno de tenerse en cuenta, dice así: «creed que, llegadas a estas grandezas, digo a hablar de ellas, no puedo dejar de lastimarme mucho de ver lo que perdemos por nuestra culpa. Porque, aunque es verdad que son cosas que las manda el Señor a quien quiere, si quisiésemos a su Majestad como él nos quiere, a todas las daría; no está deseando otra cosa, sino tener a quien dar, que no por eso se disminuyen sus riquezas. «Otros efectos del éxtasis es, que parece que no respira y se enfrían las manos y el cuerpo de manera, que la persona parece que esta muerta. Pero aunque se acabe el éxtasis, queda la voluntad tan absorta y el entendimiento tan enajenado, que está varios días en los que parece que no es capaz de entender en otra cosa que no sea amar a Dios. Cuando vuelve en sí, siente una gran confusión y grandísimos deseos de emplearse en Dios de todas cuantas maneras se quisiese servir de ella, querría tener mil vidas para emplearlas todas en Dios y que todas las cosas que hay en la tierra fuesen lenguas para alabarlo por ella. Los deseos de hacer penitencia son grandísimos y con la fuerza del amor, que sienten les parece poco cuanto hacen y ven claro que no hacían mucho los mártires en los tormentos que padecían, porque con esta ayuda de nuestro Señor es fácil; y así se quejan a Dios cuando no se les ofrecen algo en que padecer. Otra clase de éxtasis es el vuelo del espíritu en que se siente un movimiento acelerado del alma, que parece es arrebatado el espíritu con una velocidad, que pone gran temor en especial a los principios. El alma se siente arrebatada como una paja por la mano de un gigante. Es como si el manantial, que brotaba suavemente en la cuarta morada, se convirtiera de pronto en un río gigantesco, que inunda el alma y con gran ímpetu se levanta una ola tan poderosa, que sube a lo alto la navecilla de nuestra alma. Y así como es imposible evitar, que una nave se mueva, cuando hay tormenta, por más que se esfuerce el piloto y toda la tribulación, así el alma es aquí juguete de esta ola gigantesca de la gracia. Siente el alma tan al vivo la omnipotencia de Dios, que si los que andan hundidos en el pecado tuvieran una sola experiencia de estas, no se atreverían a volver a pecar en su vida, pues temblarían de pies a cabeza sólo de pensar en ofender a un Dios tan grande.

Este vuelo del espíritu es tan intenso, que verdaderamente el alma tiene la sensación de salir del cuerpo y, aunque es claro, que la persona no queda muerta, al menos no puede decir si está en el cuerpo o si no, por algunos instantes. Por eso San Pablo no sabía si había sido arrebatado hasta el tercer cielo en el cuerpo o fuera del cuerpo: « Sé de un hombre en Cristo que, hace catorce años - si en el cuerpo no lo sé, si fuera del cuerpo, tampoco lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo» (1ª Cor. 2,9). En un instante le enseñan tantas cosas juntas, que aún que en muchos años se hubiera esforzado por imaginarlas, no hubiera podido imaginar ni la milésima parte. Tiene visiones imaginarias en las que le con los ojos del algo mucho mejor que nosotros vemos con los del cuerpo, y si ve a algún santo lo conoce como si lo hubiera tratado mucho también tiene visiones intelectuales en las que contempla. Multitud de ángeles con Dios, naturalmente aquí no ve ninguna imagen pero lo comprende todo de un modo maravilloso e inefable. Santa Teresa se plantea el problema de si esto se produce en el cuerpo o fuera del cuerpo y dice que ni juraría que el alma está en el cuerpo ni que está fuera de él, pero que al menos la parte superior del alma de salir del cuerpo, pues así como el sol sin abandonar su lugar, puede hacer que sus rayos lleguen hasta la tierra, así el alma, con la fuerza del calor, que le viene del verdadero sol que justicia, puede hacer que alguna parte superior de ella salga sobre sí misma, sin abandonar ella su puesto. Espero alma se siente lanzada hacia Dios con la rapidez de una bala y cuando vuelve en sí, es con tan grandes ganancias teniendo en tan poco las cosas de la tierra, que puede decir como San Pablo:

« Tengo todo lo terreno por basura con tal de ganar a Cristo» (Fil. 3,8). Tres son los efectos

principales de estos vuelos del espíritu: conocimiento de la grandeza de Dios, humildad y desprecio de todo lo terreno.

De estas gracias tan extraordinarias queda el alma tan deseosa de gozar del todo de Dios, que siente unas ansias grandísima sin de morirse, y así, con lágrimas muy ordinarias pide a Dios, que la saque de este destierro todo la cansa cuanto ve en él; cuando está a solas siente un gran alivio. Anda el alma tan encendida en el amor, que cualquier ocasión es causa de un arrobamiento sin poderlos excusar ni siquiera en público, y de aquí viene tras las murmuraciones de la gente. Ella sólo teme que la engañe el demonio y así pide a todos ven oraciones para que Dios la lleve por otro camino. No haría un pecado venial con advertencia aunque la hiciesen pedazos y siente mucho los pecados veniales semideliberados, datos que son imposibles de evitar mientras estamos en esta vida. Da Dios a estas almas un deseo tan grande de no desagradarle en cosa ninguna por poquito que sea, ni hacer una imperfección si pudiesen, que por sólo esto, aunque no fuese por más, querría huir de las gentes, y tiene gran envidia a los que han vivido y viven en los desiertos; por otra parte, se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese conseguir que un alma amara más a Dios, y si es mujer siente mucho no poder ser sacerdote. Quisiera dar mil vidas si las tuviera sólo porque un alma alabara a Dios un poquito más, y es tanta la humildad, que siente con toda verdad y entiende que no merece parecer por Dios ni un trabajo muy pequeño, cuanto menos morir por él, pues comprende que el padecer por Dios es una de las mayores gracias que Dios puede concedernos, pues por eso dice san Pablo: « a vosotros se os ha concedido, no sólo creer en Cristo, sino también, padecer por él» (Filp. 1,29).

A veces quiere Dios que el alma experimente su miseria y entonces vital se sienta hace cobarde y en las cosas más bajas, y atemorizada, y con tan poco ánimo, que le parece imposible tener animó para nada. Esto le hace progresar en la humildad, visto porque comprende entonces de que se siente aniquilada y con mayor conocimiento de la misericordia de Dios de y de su grandeza. Entonces comprende mejor que nunca lo que dice san Pablo: «por la gracia de Dios soy lo que soy» (1ª Cor. 15,10). También en esta situación de impotencia y cobardía de ánimo debía sentirse San Pablo cuando sentía las tentaciones contra la castidad a las que parece aludir cuando dice: « Y para que no me ensoberbezca a causa de la su sublimidad de las revelaciones, me ha sido puesto un aguijón en la carne, un ángel de Satanás, que me abofetee, para que no me engría» (2ª Cor. 12,7). Los grandes deseos de ver a Dios aprietan tanto, que es menester olvidarlos en lo posible, en lugar de fomentarlos, porque podrían perjudicar a la salud. Y lo mismo podemos decir de las lágrimas.

Otro fenómeno propio de esta morada es un gozo tan extraordinario del alma, que, no querría gozarle a solas, sino decirle a todos que le ayuden a alabar a Dios. Esto le ocurría a San Francisco, cuando se lo encontraron unos ladrones en el campo dando voces, y les dijo, que era el pregonero del Gran Rey. Puede durar un día y anda el alma como borracha, es decir, embriagada por el gozo de amor que siente, pues éste gozo la tiene tan olvidada de sí y de todas las cosas, que no advierte ni acierta a hablar sino alabanzas de Dios.

En el capítulo VII trata santa Teresa de dos temas sumamente interesantes, ya que afectan a toda la vida espiritual, no sólo a las moradas sextas. Uno es el dolor de los pecados, que en esta morada aumenta más que nunca. Otro es el de la meditación de la humanidad de Cristo. Podría pensar alguno que un alma que ha alcanzado una santidad heroica, no tiene ya por qué ejercitarse en el arrepentimiento de los pecados o en la consideración de la humanidad de Cristo, sino que sólo debe contemplar su divinidad y ejercitarse en el amor de benevolencia y en la oración de alabanza y de acción de gracias. Sin embargo Sería gran error creer esto pues «El dolor de los pecados crece cuanto más se recibe de nuestro Dios y tengo yo para mí que hasta que estemos a donde ninguna cosa puede dar pena, que ésta no se quitará. Verdad es, que unas veces aprieta más que otras, y también es de diferente manera; porque no se acuerda de la pena que ha de tener por ellos, sino de como fue tan ingrata a quien tanto debe y a quien tanto merece ser servido; se espanta de cómo fue tan atrevida; llora su poco respeto; le parece una cosa tan destinada su desatino, que no acaba de lamentarlo jamás, cuando se acuerda por las cosas tan bajas que dejaba una tan gran majestad. Mucho más se acuerda de esto, que de las mercedes que recibe. Esto de los pecados, es como un cieno que siempre parece se avivan en la memoria, y es harto gran cruz» (Mor. 6ª cap. 7º). Hablando entre sí misma dice: «yo sé de una persona que, dejado de querer morirse por ver a Dios, lo deseaba por sentir tan ordinaria pena de cuán desagradecida había sido a quien tanto debió siempre, y había de deber; y así no le parecía podían llegar maldades de ninguna a las suyas; porque entendía que no le habría a quien tanto hubiese sufrido Dios y tantas mercedes hubiese hecho. Yo no tendría por seguro, por favorecida que un alma esté de Dios, que se olvidase de que en algún tiempo se vio en miserable estado; porque aunque es cosa penosa, aprovecha para muchas. Para esta pena ningún alivio es pensar que tiene nuestro Señor ya perdonados los pecados y olvidados, antes añade a la pena ver tanta bondad, y que se hace mercedes a quien no merecía sino el infierno. Yo pienso que fue éste un gran martirio en San Pedro y la Magdalena.» (Mor. 6ª cap. 7º). En cuanto al miedo del infierno no tiene ninguno, aunque sí tiene mucho miedo de perder a Dios. Todo su temor es que no la deje Dios de su mano para ofenderle y se vea en estado tan miserable como se vio en a otro tiempo. Si desea, no estar mucho en el purgatorio es más por no estar ausente de Dios que por las penas que ha de pasar. También pareciera que quien goza de cosas tan altas no tendrá meditación en los misterios de la humanidad de Cristo, porque se ejercita ya todo en amor. En esto santa Teresa se opone a los que piensan que los que han llegado aquí sólo deben ejercitarse en contemplar cosas deuda divinidad y huir de las corpóreas y dice: « A mí no me harán confesar que es buen camino. Ya puede ser que me engañe y que digamos todos la misma cosa; más vi que me quería engañar el demonio por ahí, y así estoy tan escarmentada, que pienso decirlo otra vez aquí (Anteriormente lo había dicho en el Libro de su Vida c. 22); y mirad que oso decir, que no creáis a quien os dijere otra cosa. También les parecerá a algunas que no pueden pensar en la Pasión; pues menos podrán pensar en la Virgen, ni en la vida de los Santos, que tan gran provecho y aliento nos da su memoria. Yo no puedo pensar en qué piensan; porque apartados de todo lo corpóreo, para espíritus angélicos es estar siempre abrasados en amor, que no para los que vivimos en cuerpo mortal, que es menester trate y piense y se acompañe de los que teniéndole, hicieron tan grandes hazañas por Dios; cuanto más apartarse de industria de todo nuestro bien y remedio, que es la sacratísima humanidad de nuestro Señor Jesucristo; Y no pueden creer que lo hacen sino que no se entienden, y así harán daño a sí y a los otros. Al menos yo les aseguro que no entren a estas dos moradas postreras; porque si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el camino; harto será si se están en las demás con seguridad» (c. 7º). Es cierto, que las almas que llegan a contemplación perfecta «quedan con esta merced del Señor, de manera que después no puede discurrir en los misterios de la Pasión y de la vida de Cristo como antes, es decir, que queda el entendimiento más inhabilitado para la meditación. La causa de esto según santa Teresa es, que como en la contemplación ha hallado el alma a Dios mucho mejor y más fácilmente que por medio de la meditación, no quiere cansarse en buscarlo con el entendimiento, pensando que lo encontrará antes obrando sólo con la voluntad, es decir, tratando de inflamar su voluntad en el amor a Dios, pero sin discurrir con el entendimiento. « Está el alma deseando emplearse toda en amor, querría no entender en otra cosa, más no podrá aunque quiera; porque aunque la voluntad no está muerta, está mortecino el fuego que la suele hacer quemar, y es menester quien le sople para echar calor de sí. ¿Sería bueno que se estuviese el alma con esta sequedad, esperando fuego del cielo, que queme este sacrificio, que está haciendo de sí a Dios, como hizo nuestro padre Elías? No, por cierto, ni es bien esperar milagros: El señor los hace cuando quiere, de ordinario quiere su majestad, que nos tengamos por tan ruines, que no merecemos los haga, sino que nos ayudemos en todo lo que pudiéremos. Y tengo para mí, que, hasta que muramos, por subida oración que haya, es menester esto. Así que cuando no hay encendido el fuego, que queda dicho, en la voluntad, ni se siente la presencia de Dios, es menester que la busquemos, que esto quiere su Majestad, como hacía la esposa en los Cantares, y preguntemos a las criaturas quién las hizo, como dice san Agustín en sus Confesiones, y no nos estemos bobos, perdiendo tiempo, por esperar lo que una vez se nos dio, que a los principios podrá ser que no lo vuelva a dar el Señor, en un año y aún en muchos. Pues sabemos el camino como hemos de contentar a Dios por los mandamientos y consejos, en esto andemos muy diligentes, y en pensar su vida y muerte, y lo mucho que le debemos; lo demás venga cuando el Señor quisiere» (c. 7º). Los que han llegado a cosas sobrenaturales y contemplación perfecta, como se da en la cuarta morada, dirán que no pueden meditar, y tendrán razón en parte, pero no la tendrán si dicen, que no pueden detenerse en estos misterios, y traerlos presentes muchas veces, especialmente cuando los celebra la Iglesia; sino que no se entienden, porque, aunque es cierto, que no puede discurrir mucho con ella entendimiento, pueden contemplar los misterios de la vida y Pasión de Cristo, porque son vivas centellas para encenderlos más en el amor a Cristo; porque entiende el alma estos misterios por manera más perfecta. Y es que se lo representa el entendimiento, y estámpase en la memoria, de manera que sólo de ver al Señor caído con aquel espantoso sudor en el huerto, aquello le basta para no sólo una hora sino muchos días, mirando con una sencilla vista quién es, y cuan ingratos hemos sido a tan gran pena; luego acude la voluntad, aunque no sea con ternura, a desear servir en algo tan gran merced y a desear algo por quien tanto padeció, y a otras cosas semejantes, en que ocupa la memoria y el entendimiento. Y creo que por esta razón no puede pasar a discurrir más en la Pasión, y esto le hace parecer que no puede pensar en ella. Y si esto no hace, es bien que lo procure hacer, que yo sé que no lo impedirá la muy subida oración; y no tengo por bueno, que no se ejercite en esto muchas veces. Si de aquí la suspendiere el señor, muy en hora buena, que aunque no quiera, la hará dejar en lo que está; y tengo por muy cierto, que no es estorbo esta manera de proceder sino gran ayuda para todo bien. Únicamente seria impedimento si tratara de discurrir mucho como el entendimiento quinto aunque lo intente no poder. El que ha llegado a oración de quietud y a gustar de los regalos y gustos del Señor Le padece si que es muy gran cosa estarse así siempre gustando:

« Pues créame, si no se embeban tanto, que es larga la vida, y hay en ella muchos trabajos, y hemos menester mirar a nuestro dechado Cristo como los pasó, y aun a sus apóstoles y Santos, para llevarlos con perfección. Creo queda dado a entender, lo que conviene por espirituales que sean, no huir tanto de cosas corpóreas, que les parezca hacer daño incluso la humanidad de Cristo. Alegan lo que el Señor dijo a sus discípulos, que convenía que él se fuese; yo no puedo sufrir esto. Por cierto que no lo dijo a su madre sacratísima, porque estaba firme en la fe, que sabía que era Dios y hombre, y con le amaba más que ellos, era con tanta perfección, que antes la ayudaba. No debían estar entonces los apóstoles tan firmes en la fe, como después tenemos razón de estar nosotros ahora. Yo os digo, hijas, que le tengo por peligroso camino y que podría el demonio venir y hacer perder la devoción con el Santísimo Sacramento. El engaño que me pareció a mí que llevaba no llegó a tanto, como esto, sino a no gustar de pensar en nuestro Señor Jesucristo tanto sino andarme en aquel embebecimiento aguardando aquel regalo; y vi claramente que iba mal porque como no podía ser tenerle siempre, andaba el pensamiento de allí por allí, y el alma como un ave revolándo no halla a donde parar, y perdiendo harto tiempo y no aprovechamiento en las virtudes ni en la oración.» (Capítulo VII).

Otro fenómeno de las sextas moradas es la visión intelectual: « Acaece estando el alma descuidada de que le ha de hacer esta mercedes, ni haber jamás pensado merecerla, que siente cabe si a Jesucristo nuestro Señor, aunque no le vi ni con los ojos del cuerpo ni del alma. Esta llaman visión intelectual, no sé yo por qué» (Capítulo VIII). Entiende tan claramente que es Jesucristo que no lo puede dudar, y oye muchas veces que le hablaba. Dura muchos días y a veces más de un año. Esto viene a demostrarnos, que cuanto más progresa un alma en la oración más piensa en Cristo y más lo trae siempre presente. Con esta visión intelectual anda el alma con una ordinaria presencia de Dios y con gran cuidado de no hacer nada que le desagradarle porque le parece que Cristo está siempre mirándole. Santa Teresa sentía que Cristo estaba a su derecha. Quizás en esta situación estaba el salmista cuando decía: « Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha, no vacilaré» (Sal. 16,8). Aunque esta presencia en El San vista dijo ella de la humanidad de Cristo, puesto que el Verbo no se había encarnado todavía aún que no ve a Cristo, siente que su lazo con más claridad sin y certeza que si lo viera y, por los efectos que produce, no puede ser antojo ni melancolía, ni cosa del demonio, pues en este caso no haría tanto bien, ni andaría el alma con tanta paz, ni con tan continuos deseos de contentar a Dios, ni con tanto desprecio de todo lo que no la llevaba a él. Siente también el alma grandísima confusión y humildad, un particular conocimiento de Dios y un amor ternísimo hacia Cristo así como una gran pureza de conciencia, pues al tenerlo siempre presente no se atreve ha hacer nada que le desagrade. Algunas peces esta presencia es de algún santo, y es también de gran provecho. Como esta gracia no se la concede Dios a todos, de aquí viene el no tenerse por eso en más, y parecerle que es la que, le atraviesa las entrañas. En cuanto a las visiones imaginarias, aunque hay más peligroso de en daño, son más provechosas. « Cuando nuestro Señor es servido de regalar más a esta alma, muéstrale claramente su sacratísima humanidad, de la manera que quiere, o cómo andaba por el mundo, o después de resucitado; y aún que es con tanta presteza, que lo podríamos comprar a la de un relámpago, queda tan esculpida en la imaginación esta imagen gloriosísima, que teniendo por imposible quitarse de ella hasta que la feria adonde sin fin la pueda gozar. » (Capítulo 9) No se trata de una imagen pintada sino verdaderamente viva, y algunas veces esta hablando con el alma y aún mostrándole grandes secretos, pero siempre sucede esto rápido, porque esta imagen resplandece como el sol y no se puede mirar más que estar mirando el sol, y no porque este resplandor da pena a la vista interior, que es la que ve todo esto. Con la vista exterior Santa Teresa no tuvo ninguna misión. Su resplandor es como una luz infructuosa, si un sol cubierto de una cosa tan delicada como un diamante, si se pudiera labrar. Como una holanda es su vestidura, y casi todas las veces Dios hace esta mereced al alma, se queda en arrobamiento, que no puede su bajeza sufrir tan espantosa vista. Digo espantosa, porque con ser la más hermosa y de mayor deleite que podría una persona imaginar, aunque viviese mil años y trabajase en pensarlo, es su presencia de tan grandísima majestad, que hace gran espanto al alma.

Cuando pudiese el alma estar mucho tiempo con esta visión, no será visión sino alguna vehemente consideración, fabricada por la imaginación. Santa Teresa conoció a muchas personas de tan flaca imaginación o entendimiento tan eficaz que se embeben de manera en la imaginación que todo lo que piensan claramente les parece que lo ven. Por eso no hace ningún efecto esta falsa visión y además se olvida como cosa soñada. Cuando es verdadera, no es así, sino que estando el alma muy lejos de que ha de ver cosas, ni pasarle por pensamiento, de pronto se le representa la visión y revuelve todas las potencias y sentidos con un gran temor y alboroto, para ponerlas luego en aquella dichosa paz. Así como en la conversión de San Pablo se produjo aquella tempestad y alboroto en el cielo, así en este mundo interior se produce gran movimiento y en un punto queda todo sosegado. Queda entonces con tanta certeza de que es cosa de Dios, que aún que más le dijesen lo contrario, no le podían poner temor sí de que hay engaño aunque más tarde si el confesor dice que es falsa, permite Dios que ante dudando en que por sus pecados sería posible. Lo que es menester es que el alma ande con gran llaneza y verdad con el confesor, no sólo en contar los pecados, sino también la oración, porque si no es así « no aseguro que vais bien, ni que es Dios el que os enseña; que es muy amigo de que se trate al que ésta en su lugar con la verdad y claridad que consigo mismo, deseando entienda todos sus pensamientos, cuanto más las obras por pequeñas que sean. «una gran ganancia saca el alma de esta merced del Señor, que es acordarse de un mansísimo y hermoso rostro, cuando piensa en él o en su vida y pasión.» Hace gran consuelo y provecho tan sabrosa memoria. Pero jamás debemos desear ni pedir a Dios que nos lleve por este camino, por varias razones:1) porque es falta de humildad querer lo que nunca hemos merecido. 2) Porque hay gran peligro de que nos engañe el demonio. 3) Porque puede engañarnos nuestra misma imaginación. 4) Porque Dios sabe mejor que nosotros el camino que nos conviene.

5) Porque son grandísimos los sufrimientos que padecen los que tiene estas visiones y no sabemos si nosotros seríamos capaces de sufrirlos. 6) Porque pueden perjudicarnos como le perjudicó a Saúl ser rey. Por tanto, lo más seguro es no querer sino lo que quiere Dios, que nos conoce y nos ama más que nosotros mismos. Además, no por recibir muchas visiones se merece más gloria, antes quedan obligados a servir más a Dios, pues es recibir más. Incluso hay muchas personas santas que jamás supieron que cosa es tener una de estas visiones, y otros que tienen estas visiones sin ser santos. De muchas maneras se comunica el Señor al alma con estas apariciones; unas veces cuando está afligida, otras cuando le va a venir algún gran sufrimiento, otras por regalarse su Majestad con ella y regalarla. Por otras maneras se comunica Dios al alma de un modo mucho más elevado y menos peligroso: « Acaece cuando el Señor es servido estando el alma en oración, y muy en sus sentidos, venirles de presto una suspensión, adonde le da el Señor a entender grandes secretos, que parece los ve en el mismo Dios; que éstas no son visiones de la sacratísima humanidad, ni aunque digo que ve, no ve nada; porque no es visión imaginaria, sino muy intelectual, adonde se le descubre cómo en Dios se ven todas las cosas y las tiene todas en sí mismo; y es de gran provecho, porque aunque pasa en un momento, quédase muy esculpido y hace grandísima confusión; y se ve más claro la maldad de cuando ofendemos a Dios por, que en el mismo Dios, estando dentro de él hacemos grandes maldades. » (Moradas 6 c. 10). Saca de aquí Santa Teresa el consejo de que andemos en verdad delante de Dios y de los hombres, de cuantas maneras pudiéramos; en especial no queriendo que nos tenga por mejores de lo que somos y así tendremos en poco este mundo que es todo mentira y falsedad, y como tal no es durable. « La razón por la que Dios está tan amigo de la humildad es porque Dios es suma verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira.» (c. 10). Por eso dice san Pablo: « si alguno piensa ser algo, siendo nada, se engaña a sí mismo » (Gal. 6,3). «Quien más lo entiende agrada más a la suma verdad, pues anda en ella». Otro fenómeno extraordinario de estas moradas es la saeta de fuego: « Andándose así esta alma, abrasándose en sí misma, acaece muchas veces por un pensamiento muy ligero o por una palabra que oye de que se tarda el morir, venir de otra parte, no se entiende de dónde ni cómo, un golpe o como si viniese una saeta de fuego. No digo que es saeta; más cualquier cosa que sea, se ve claro que no podía proceder de nuestro natural. Tampoco es golpe, aún que digo golpe: más agudamente hiere, y no es a donde se sienten acá las penas, sino en lo muy hondo e íntimo del alma, adonde este rayo, que de presto pasa, todo cuanto hay de esta tierra de nuestro natural lo deja hecho polvo; porque en un punto ata las potencias de manera que no quedan con libertad para cosa, sino para las que le han de hacer acrecentar este dolor. Ello es un arrobamiento de sentidos y potencias, para todo lo que no es ayudar a sentir esta aflicción. Porque el entendimiento está muy vivo para entender la razón que hay que sentir de estar aquel alma ausente de Dios; y ayuda su Majestad con una tan viva noticia de si en aquel tiempo, de manera que hace crecer la pena en tal grado que procede quien la tiene en dar grandes gritos; Con ser persona sufrida y mostrada a padecer grandes dolores, no puede hacer entonces más; porque este sentimiento no es entender cuerpo, sino en lo interior del alma. Es el mismo sufrimiento que padecen los que están en el purgatorio. Yo vi a una persona así que verdaderamente pensó que se moría y no era mucha maravilla, porque cierto es gran peligro de muerte; y así aunque dure poco deja el cuerpo muy descoyuntado y en aquella situación los pulsos tan abiertos como si el alma quisiese ya dar a Dios, que no es menos; porque el calor natural falta y le abrasa de manera que, con otro poquito más hubiera cumplido Dios sus deseos; de manera, que queda dos o tres días después sin poder tener fuerza ni para escribir y con grandes dolores. Siente una soledad extraña, porque criatura de toda la tierra no la hace compañía, ni creo se la harían los del cielo, como no fuese el que ama, antes todo la atormenta; se ve como una persona colgada que no asienta en cosa de la tierra, ni al cielo puede subir; abrasada con esta sed y no puede llegar al agua. A pesar de que este sufrimiento es mayor que todos los que hay en la tierra siente el alma que es de tanto precio esta pena, que entiende muy bien no la podría ella merecer y la sufre de muy buena gana y sufriría toda su vida si Dios fuese de ello servido, aunque no sería morir de una vez, sino estar siempre muriendo, que verdaderamente no es menos.» (Moradas 6ª c. 11).

A propósito de esto hace la Santa una consideración sobre el infierno, pues el sufrimiento de los condenados es muy superior y además hundidos en la desesperación, pues no sirve de consuelo pensar que sus sufrimientos tienen mérito, pues no tienen ninguno y por si fuera poco son eternos. El sufrimiento que experimenta el alma en esta experiencia mística es tan intenso y tan distinto de todo lo terreno, que no existen palabras para expresarlo, pues sólo tiene comparación con los sufrimientos del Purgatorio o del Infierno. En cuanto a la duración, no suele pasar de tres o cuatro horas, pues si dura más sería necesario un milagro para que la persona no muriera. basta con que dure un cuarto de hora para dejar a la persona hecha pedazos. Naturalmente es imposible disimular este sentimiento sin que los presentes se den cuenta del gran peligro en que está la persona, y no se quita, hasta que Dios quiere quitarlo, que generalmente es con algún arrobamiento grande o alguna visión en la que queda consoladísima y dispuesta a seguir sirviendo en este destierro todo el tiempo que Dios quiera y perdido el miedo a los sufrimientos que le puedan venir pues en comparación de lo que ha sufrido todo lo demás le padece nada vital. Queda con mayor desprecio del mundo, más desasida de las criaturas y con mayor temor y cuidado de no ofender a Dios.