MORADAS QUINTAS

Al llegar a explicar estas moradas he estado apunto de abandonar la explicación, porque todo lo que se diga sobre ellas no será más que una sombra de la realidad. ¿Cómo expresar la paz, el gozo, el deleite que inundan por completo al alma en estas moradas? Es tal el amor que siente, que toda su alma se derrite de amor. Es tal el deleite que experimenta, que le llega hasta la médula de los huesos; parece como si todo su cuerpo y su alma estuvieran totalmente sumergidos en un océano de deleite. Esta tal la felicidad que siente, que no le quedan fuerzas ni para respirar y hasta le parece que va a morir del puro gozo que siente. Desearía mil muertes antes que perder esta felicidad que ahora goza y por eso lo único que puede desear en estos momentos es que este amor siga aumentando hasta acabar con su vida, para poder seguir gozando de él por toda la eternidad. Durante el tiempo que esta así ni ve, ni oye, ni entiende, puesto que está totalmente engolfada en Dios, como un pez en el agua. Por eso durante todo el tiempo que dura esta oración, que casi nunca pasa de media hora, permanece inmóvil sin mover pie ni mano, como si estuviese muerta. En fin, esta alma esta como quien ha muerto totalmente al mundo para vivir para Dios. En ella se cumple al pie de la letra lo que dice san Pablo: « vosotros estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.» Esta alma ha dado muerte al hombre viejo con todas sus pasiones y concupiscencias, para revestirse del hombre nuevo creado a imagen y semejanza de Dios. «Cuando vuelve en sí, queda con una certeza absoluta de haber estado en Dios y Dios en ella, lo que no ocurre en las cuartas moradas, en las que hasta que el alma no tiene mucha experiencia, queda con dudas de si la oración que ha tenido será cosa de Dios, del demonio o de su imaginación. Aquí, en cambio, queda con una certeza de que ha estado en Dios, que aunque pasen muchos años, sin volver a tener esta experiencia, ni se le olvida, ni lo duda. Aún más, queda con el convencimiento de que Dios, no sólo esta en nuestra alma por la gracia, sino también en todo nuestro ser por esencia, presencia y potencia, es decir, que ha podido comprobar que Dios nos envuelve y nos penetra por completo como dice san Pablo: «En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hech. 17,28). La ausencia de los sentidos exteriores y el convencimiento absoluto de que ha estado en comunicación con Dios, son el criterio para saber si el alma ha llegado a las quintas moradas o no. Es tal la cantidad de gracia que el alma recibe en cada una de estas experiencias, que cuando vuelve en sí, no se conoce, al comprobar la transformación tan extraordinaria que Dios ha obrado en su alma, por eso puede decir con San Juan de la Cruz:

En la interior bodega

de mi amado bebí,

y cuando salía

por toda aquesta vega

ya cosa no sabía,

y el ganado perdí que antes seguía.

Mi alma se ha empleado

y todo mi caudal en su servicio:

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya sólo en amar es mi ejercicio.

Siente tal gratitud hacia Dios, que quisiera deshacerse en alabanzas a Dios y que todo el mundo hiciera lo mismo; qué sentido tan profundo tiene para esta alma el salmo de David que dice: «Aclamad al Señor tierra entera, gritad, vitoread, tocad». Quisiera que todos los habitantes del mundo a una sola voz, se emplearan en alabar la bondad y la Misericordia infinita de Dios. Se siente loca de amor por Dios y quisiera ver locos de amor a todos los habitantes del mundo. Pero como ve, que no sólo no lo aman, sino que lo desprecian y lo ofenden, siente esto mucho más, que si viera como una multitud se enseñaba con su padre y su madre cometiendo con ellos las mayores atrocidades, sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo, excepto convencer a unos cuantos de que no lo hicieran.

Son tan grandes las riquezas, tesoros y deleites de las quintas moradas, que ni es posible explicarlo con palabras, ni darlo a entender por comparaciones, porque superan todo lo imaginable. Aunque algunos entran en estas moradas son muy pocos los que pasan de la puerta. Por eso debemos pedirle a Dios, que nos dé fuerzas en el alma, que las del cuerpo no hacen falta, ya que para llegar aquí, es menester mucho, mucho y no descuidarse ni poco ni mucho. Es necesario una renuncia y una entrega total a Dios y, según esta entrega, son las gracias que se reciben. Durante el tiempo de la consolación el alma queda tan engolfada en Dios, que le resulta imposible pensar en otra cosa y hasta pierde el uso de los sentidos exteriores, de modo que ni ve, ni oye, ni entiende, como si hubiera perdido el conocimiento.

El amor que siente esta tan grande, que no se explica cómo ama tanto, ni qué es lo que ama, ni qué querría. En fin, como quien ha muerto totalmente al mundo para vivir para Dios. Santa Teresa define esta oración como una muerte deleitosa. Muerte, porque es un arrancamiento del alma de todas las operaciones que puede tener, estando en el cuerpo; deleitosa, por que el alma se aparta del cuerpo para estar mejor en Dios. Hasta parece que no respira. Todo su entendimiento se querría emplear en entender algo de lo que siente y como no llegan sus fuerzas a esto, se queda espantado, de modo que no mueve ni pie, ni mano, como una persona que ha perdido el conocimiento y parece como muerta.

Aquí no se dan distracciones durante esta oración, ni parece cosa soñada, como ocurre en las cuartas moradas. Ni siquiera puede producirse engaño del demonio, pues Dios está unido con la esencia del alma. El gozo que se experimenta es infinitamente superior a los gozos y deleites de la tierra, y penetra hasta lo más íntimo del alma y hasta la médula de los huesos. La señal para saber si se da esta oración de unión es que ni ve, ni oye, ni entiende, en el tiempo que está así, que siempre es breve, y cuando vuelve en sí,en ninguna manera puede dudar que estuvo en Dios y Dios en ella. Con tanta firmeza queda esta verdad, que aunque pasen años sin volverle Dios a conceder esta gracia, ni se le olvida, ni puede dudar que estuvo en Dios.

Aunque en esta oración, que hace Dios en nosotros, ya no podemos hacer nada, ni siquiera podemos conseguirla cuando queramos, podemos en cambio, hacer mucho para disponernos a recibirla. Lo mismo que el gusanillo de seda nace con el calor de la primavera, se cría con las hojas de morera, fabrica el capullo de seda y se transforma en mariposa; así el alma comienza a tener vida, cuando con el calor del Espíritu Santo comienza a aprovecharse del auxilio general que a todos nos da Dios, y cuándo comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su iglesia: confesión y comunión frecuentes, lecturas espirituales, sermones, meditaciones, que es el remedio de un alma que está muerta en su descuido y pecados, y metida en ocasiones. Cuando ha crecido ya el alma, comienza ha labrar el capullo donde ha de morir, para que se cumpla lo que dice San Pablo: «Vosotros estáis muertos y vuestra vida esta escondida con Cristo en Dios» (Col. 3,3). Esto lo hace mortificando su amor propio, renunciando a su propia voluntad, mediante la obediencia y mortificando su afición a las criaturas, de modo que consigue el desapego afectivo de todo lo creado. También debe practicar la penitencia corporal.

EFECTOS DE ESTA ORACION

El alma experiencia queda en esta oración una transformación tan grande como la metamorfosis del gusano de seda cuando se convierte en mariposa. Por eso la misma alma no se conoce al ver que entre su estado anteriormente y el actual hay la misma diferencia que entre un gusano feo y una mariposa blanca. No se explica como es posible que Dios le haya concedido una gracia tan grande, pues comprende claramente que no la merece ni la podría merecer en su vida, por eso siente un deseo de alabar a Dios, que se querría deshacerse y morir por él mil muertes. El mismo deseo siente de padecer grandes trabajos, de hacer grandes penitencias, de estar a solas con Dios y de que todos le conozcan y le amen. De este deseo de que todos amen a Dios le nace la pena enorme de ver cuantos le ofende. Si esta alma se esfuerza en ir adelante verá grandes cosas. Ya no tiene en nada las obras que hacía siento gusanillo; le han nacido alas ¿Cómo conformarse pudiendo volar con andar paso a paso? Todo cuanto puede hacer por Dios se le hace poco según son sus deseos. No tiene en mucho lo que pasaron los santos, entendiendo ya por experiencia cómo ayuda el Señor y transforma un alma que no parece la misma ni su figura; porque la flaqueza que antes tenía para hacer penitencia se ha convertido en fortaleza, el apego que tenía a sus parientes y amigos ha desaparecido por completo, le pesa estar obligada a lo que para no ir contra Dios, es necesario hacer. Todo le cansa, porque ha probado que el verdadero descanso no le pueden dar las criaturas. Del mismo descontento que dan las cosas del mundo, nace un deseo de salir de él tan penoso, que si algún alivio tiene, es pensar que quiere Dios que iba en este destierro, y aun esto no basta, porque aún que trata de conformarse con la voluntad de Dios, con una pena enorme y con muchas lágrimas; cada vez que tiene oración es ésta su pena. En esta alma se cumple al pie de la letra lo que dice san Pablo: « Y también nosotros, los que hemos recibido las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, suspirando por la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Rom. 8,23).

También procede esta pena de ver lo poco que los demás aman a Dios, lo mucho que lo ofenden, y la cantidad de almas que se condenan, no sólo de los herejes y paganos, sino de cristianos, pues aunque conoce la gran Misericordia de Dios, teme que son muchos los cristianos que se condena. Esta pena que siente es tan superior a todo lo que se puede conseguir, meditando sobre estos temas que llega a lo íntimo de las entrañas y parece desmenuza el alma y la muele sin procurarlo ésta y a veces sin quererlo. Santa Teresa sentía esta pena con tal intensidad que deseaba mucho más morir, que seguir sufriendo y de aquí deduce que si un alma sufre así porque ama a Dios, Cristo debió sufrir infinitamente más, puesto que su caridad era infinita, y, por tanto, este fue el mayor sufrimiento, pues fue mayor incluso que el de su Pasión. Porque gran deleite es para estas almas padecer en hacer la voluntad de Dios, pero ver tantas ofensas hechas a Dios y tantas almas que se condenan, es para ellas una pena tan insufrible, que si Cristo no fuera más que hombre no hubiera podido soportarla ni un día, pues hubiera muerto de tristeza. Los medios para llegar a este estado son: conformidad total con la voluntad de Dios, mortificación universal, oración continúa, presencia de Dios, y, sobre todo, llevar a la mayor perfección posible la caridad con Dios y en especial con el prójimo. Esta alma debe procurar ir siempre adelante en el servicio Dios y en el conocimiento propio; pues si se descuida y abandona el buen camino, le sucedería lo que a la mariposa del gusanillo de seda, que echa la semilla para que otras nazcan y ella muere para siempre. Es decir, que el que ha llegado a este estado, siempre aprovecha a otros, aunque vuelva a tras. A los que Dios no da cosas tan sobrenaturales, no deben desanimarse, pues la verdadera unión se puede muy bien alcanzar con el favor de nuestros Dios, si nosotros nos esforzamos a procurarla, con no tener voluntad sino atada con lo que fuere voluntad de Dios. A muchos nos parece que no queremos otra cosa, pero nos engañemos. Si realmente tenemos nuestra voluntad unida con la de Dios, no debemos preocuparnos de no tener esta unión regalada, pues el mayor precio de ella le viene de proceder de ésta, que se ha dicho. « ¡Oh, qué unión esta para desear!. Dichosa el alma que la ha alcanzado, que vivirá esta vida con descanso y la otra también; porque ninguna cosa de los sucesos de la vida de afligirá, si no fuere si se ve en algún peligro de perder a Dios o de ver si es ofendido, ni enfermedad, ni pobreza, ni muerte pueden afligirla, que ve bien esta alma, que él sabe mejor lo que hace que ella lo que desea. Mas advertid mucho, hijas, que es menester que muera el gusanillo, y más a vuestra costa. Esta es la unión que toda mi vida he deseado; ésta, hermanas es la que pido siempre a vuestro Señor y la que es más clara y segura. Más ¡ay de nosotros, qué pocos debemos llevar llegar ella! ¡Oh!, que quedan unos gusanos que no se dan a entender hasta que como el que le royó la yedra a Jonás nos ha roído las virtudes con un amor propio, una propia estimación, un juzgar a los prójimos aunque sea en pocas cosas, una falta de caridad con ellos, no queriéndolos como a nosotros mismos, que aunque arrastrando cumplimos con la obligación para no ser pecado, no llegamos con mucho a lo que ha de ser para estar del todo unidos con Dios; porque es tan grande el que su Majestad nos tiene, que en pago del que tenemos al prójimo, hará que crezca el que tenemos a su Majestad por mil maneras. Impórtanos mucho mirar como andamos en esto, que sí es con mucha perfección, todo lo tenemos hecho. Porque es tan malo nuestro natural, que si este amor al prójimo no nace del amor a Dios, nunca lo tendremos con perfección. Por eso debemos procurar irnos entendiendo en cosas menudas y no hacer caso de otras grandes que vienen por junto en la oración, cuando nos parece que haríamos grandes cosas por el prójimo y sufriríamos por salvar un alma, porque si después no vienen conformes las obras, no hay que creer que lo haremos; así digo de la humildad y de las demás virtudes, pues son tan grandes las astucias del demonio, que por hacernos creer que tenemos una virtud sin tenerla, dará mil vueltas al infierno.

A veces, cuando estamos en oración, nos parece que querríamos ser humillados y afrentados públicamente por Dios, pero luego procuramos encubrir incluso una falta pequeña o protestamos si nos acusan de ella sin haberla cometido. Por tanto, el camino de la unión no consiste en encapotarse en la oración y no querer ni moverse por no perder un poco del gusto y devoción «¿ Y piensan que está allí todo el negocio? Que no, hermanas, no; obras quiere el señor; y que si ves una enferma, a quien puedes dar algún alivio no se te dé nada de perder esta devoción, y te compadezcas de ella, y si tiene algún dolor te duela a ti, y, si es menester, lo ayunes porque ella lo coma, no tanto por ella, como porque sabes que tus Señor quiere aquello. Y que si vieres alabar mucho a una persona te alegres mucho más que si te alabaran a ti. Esta es la verdadera unión con su voluntad. Cuando nos veamos faltos en esto, aunque tengamos alguna suspensioncilla, en la oración de quietud, no hemos llegado a unión, y debemos pedir a Dios que nos dé con perfección este amor del prójimo y reforzar nuestra voluntad para que se haga en todo la voluntad de los demás, aunque perdamos de nuestro derecho, y olvidar nuestro bien por el suyo y procurar tomar trabajo por quitarle al prójimo. «No penséis que no os ha de costar algo y que lo habéis de hallar hecho; miremos lo que le costó a Cristo el amarnos: muerte, y muerte de Cruz. Debemos pedir siempre a Dios que no nos deje de su mano y pensar frecuentemente cómo si él nos deja, nos hundiremos por completo. Y sobre todo debemos andar con particular cuidado y aviso mirando cómo andamos en las virtudes; si vamos mejorando o disminuyendo en algo, sobre todo en el amor de unos con otros y en el deseo de ser tenido por el menor, que si miramos en ello y pedimos a Dios nos dé luz, luego veremos la ganancia o la pérdida. En las sextas moradas veremos « como es poco todo lo que pudiéremos servir y padecer para disponernos a tan grandes mercedes; que otra podrá ser haber ordenado nuestro Señor que me lo mandasen escribir, para que puestos los ojos en el premio y viendo cuán sin tasa es su misericordia, olvidemos nuestros contentos de tierra, y puestos los ojos en su grandeza, corramos encendidos en su amor.

En ésta morada no se da todavía el desposorio espiritual, sino lo que podríamos llamar el noviazgo entre el alma y Dios. Por eso el demonio, juntará todo el infierno para conseguir entorpecer este noviazgo, utilizando toda su astucia para apartar poco a poco esta alma de Dios y que no llegue al desposorio espiritual, que se da en la sexta morada.