MORADAS TERCERAS

A los que han vencido los combates anteriores y mediante la perseverancia han entrado en las terceras moradas podemos aplicarles las palabras del salmo: «Dichoso el hombre que teme al Señor y ama de corazón sus mandatos» (Sal. 111,1). Con razón le llama el Espíritu Santo dichoso, pues, si no vuelve atrás, lleva camino seguro de salvación. El que está en esta morada evita por completo el pecado mortal, pues prefiere la muerte antes que ofender a Dios. Por otra parte no siente nostalgia por el pecado como los que están en la segunda morada, sino que, por el contrario, siente repugnancia y asco hacia el pecado.

Pero esto no quiere decir que esté completamente seguro, pues mientras estamos en esta vida siempre hemos de andar como los que tienen los enemigos a la puerta, acechando el momento de matarlos, que ni pueden estar sin armas y siempre con sobresalto, de que puedan entrar por alguna entrada o derriben la puerta.

Por eso no es posible amar esta vida si no es para perderla por Cristo mediante el martirio o para emplearla, en santificarnos y salvar a los demás. Y lo único que puede consolarnos de que no hayamos muerto, es que es voluntad de Dios que sigamos viviendo.

Por tanto, los que están en esta morada, deben pensar que mientras estamos en esta vida, estamos en peligro de pecar y condenarnos y que si hasta David, que era santo y profeta cometió un adulterio y un asesinato ¿Qué seguridad podemos tener nosotros? Salomón, cuando joven, tenía visiones y revelaciones, sin embargo cayó en la idolatría al final de su vida, levantando templos a los ídolos, por complacer a sus esposas paganas.

Por tanto la única seguridad que podemos tener en esta vida, es la de creer, que no tenemos ninguna y que siempre estamos en peligro de pecar.

Les ha hecho Dios una gracia muy grande en pasar las primeras dificultades. Procuran evitar incluso los pecados veniales y les gusta hacer penitencia y oración. Pueden llegar hasta la última morada si quieren, pues no hay razón para que se les niegue el llegar, ni Dios se lo negará si se disponen. Todos decimos que queremos llegar a la última morada, pero a la mayoría nos ocurre como al joven rico, que a la hora de la renuncia nos volvemos atrás. Esta falta de generosidad con Dios es, la mayoría de las veces, la causa de las sequedades en la oración. En esta morada estaba el joven rico.

Se impacientan cuando tienen sequedades en la oración porque les parece que portándose con Dios tan bien que no cometen o al menos procura evitar los pecados veniales, no se explican cómo Dios no los llena de consuelos y los deja entrar en las moradas siguientes. Pero esto es una falta de humildad que debemos combatir pensando en lo mucho que hicieron los santos por Dios para darnos cuenta, que lo que nosotros hacemos, es prácticamente nada.

También debemos pensar en lo mucho que hizo Cristo por nosotros, pues padeció todos los sufrimientos de esta vida y después la pasión; y a la luz de todo esto debemos pensar, que somos siervos inútiles como nos dice Cristo: "Así vosotros cuando hayáis hecho lo que se os ha mandado decid: somos siervos inútiles, no hemos hecho más que lo que debíamos hacer" (Lc.17,10 ).

Por tanto debemos aprender a sacar de las sequedades humildad y no inquietud, que es lo que pretende el demonio, pues donde hay de verdad humildad, aunque nunca dé Dios regalos, dará una paz y una conformidad tan grandes que andaremos más contentos que otros con regalos de consolaciones.

Otro defecto de los que están en esta situación, es que se ahogan en un vaso de agua. En efecto, cuando Dios quiere probarlos con alguna adversidad, sienten tanta inquietud y apretamiento de corazón que a cualquiera que se lo cuenten, creería que los esta sometiendo a pruebas heroicas, cuando en realidad es que a ellos les parece heroico cualquier cosa que hacen por Dios. Así si no encuentran consuelo en la oración, les parece que Dios les está tratando muy mal y poco menos que cruelmente, así siempre se están quejándose de esto con todo el que tratan. Se sienten un poco de consuelo, se envanecen y les padece que son ya medio Santos. Algunas de estas personas se creen tan perfectas, que canonizan hasta sus mismas imperfecciones y si alguien intenta hacerles creer que no tienen motivos para quejarse de Dios, no pueden soportarlo y creen que no las comprenden, y que si estuvieran en su situación ya pensarían de otra forma. Si les disminuye un poco el dinero les parece que les va a faltar para comer y siempre procuran tener cuanto más mejor, por miedo a que les falte. Si Dios les concede la gracia de que los desprecien, se burlen de ellos o hablen mal de ellos, les entra una intensa quietud, que no se pueden valer ,y no se dan cuenta ,de que lo que tenían que hacer es alegrarse de ser despreciados, como dice Cristo: "Bienaventurados seréis cuando os persigan y calumnien y mintiendo digan toda clase de mal contra vosotros, alegraos, y regocijáos y saltad de gozo porque vuestra recompensa será grande en el cielo" (Mt. 5,11-12). y es que querrían que todo el mundo fuese como ellos. Incluso algunos no quieren ver su imperfección y creen que la pena que sienten no es por su honra sino porque se ofende a Dios, de este modo canonizan sus imperfecciones considerándolas como virtudes.

El remedio de esto es reconocer sus imperfecciones y pedirle a Dios que se las quite cuando él quiera, pues Dios las permite para humillarlos. Las penitencias que hacen, son tan concertadas como su vida. Piensan que no hacen más para no perder la sal salud y así poder mejor servir a Dios. De este modo justifican también su falta de entrega a Dios. Como cualquier cosa que hacen les parece un acto heroico que los deja extenuados, ya hay que darle gracias a Dios de que hagan algo. Pero más les valdría decidirse a llegar a la última morada cuanto antes, que no ir arrastrándose a paso de tortuga, como si pudiéramos llegar a la última morada y que otro andara el camino. Por tanto el cuidado de la salud deben dejarlo a su director espiritual y esforzarse en hacer todo lo que les permita. Pero el mayor defecto que tienen, los que están en las moradas terceras, es su falta de humildad y esto es lo que les impide pasar a las cuartas. Por eso deben pensar que avanzan poco en la virtud y que los demás les están echando delante y que cada uno, no sólo desee, sino que procure, lo tengan por el peor de todos.

De vez en cuando Dios da a gustar algo del deleite que se experimenta en las moradas cuartas, a ver si así se animan a pasar adelante. Este deleite se diferencia de los contentos, que se dan en la cuarta, por que estos aprietan el corazón, en cambio los consuelos de la cuarta morada lo dilatan con una dulzura inefable. La virtud que más deben practicar es la obediencia, y aunque no sean religiosos deben tener un director espiritual para no hacer en dada su voluntad sino lo que les mande el director. Deben tratar con quien esté bien desengañado del mundo, y a ser posible en la cuarta morada, para que algunas cosas que les parecen imposibles, viéndolas en el otro tan fáciles, se animen a hacerlas. Deben apartarse de las ocasiones de pecar, porque « el que ama el peligro perece en él» (Ecco. 3,27), y no creerse ya seguros, porque « la soberbia es heraldo de la ruina y la presunción, presagio de la nueva caída». Finalmente deben mirar sus faltas y no hacer caso de las del prójimo.