I N T R O D U C C I O N

"La esperanza que tenemos en El es que, si le pedimos según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos todo lo que le hemos pedido (1 Jn. 5,14-15).

El texto de San Juan, al mismo tiempo que nos da una gran esperanza, nos plantea un doble problema:

1º ¿Qué quiere Dios que le pidamos?

2º ¿Cómo quiere que le pidamos?

A la primera pregunta responde Cristo, que lo primero, que quiere, que le pidamos es el reino de Dios y su justicia, pues si esto lo hacemos como debemos, todo lo demás se nos dará por añadidura.

A la segunda pregunta responde, que quiere, que le pidamos con tanta conformidad con su voluntad, que si El no quiere una cosa, nosotros tan poco la queramos y por eso dijo: "Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú" (Mt. 26,39).

Estas dos cualidades de la oración se reúnen admirablemente en el Padrenuestro. Podría pensar alguno, que para pedirle a Dios, que haga su voluntad no hace falta hacer oración, y que si la oración consiste en esto es perfectamente inútil. Sin embargo conviene advertir, que la oración no es un medio para que Dios cumpla nuestra voluntad, sino para que nosotros cumplamos la suya. En esto consiste la santidad: en el perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios, que es el mayor bien que podemos conseguir en esta vida. A nosotros nos parece, que cumpliendo nuestra voluntad y viendo satisfechos nuestros caprichos, es como seríamos felices, pero estamos completamente equivocados, porque la felicidad consiste en el cumplimiento de la Voluntad de Dios, y cuanto más perfectamente la cumplimos, más felices somos. La causa de esto es doble:

1ª que como no estamos en este vida para otra cosa, en cuanto no cumplimos la voluntad de Dios, nos sentimos fuera de lugar y experimentamos una profunda insatisfacción interior, una profunda amargura interior, que nos impide ser felices aunque poseamos todo el mundo.

2ª Que cuanto más nos preocupamos de agradar a Dios, más se preocupa El de agradarnos a nosotros, de modo que, no solamente nos da lo que le pedimos, sino también, lo que no le hemos pedido, y mucho más de lo que nos atreveríamos a pedirle. Por eso la mejor forma de conseguir, que Dios cumpla nuestra voluntad es preocupándonos nosotros únicamente de cumplir la suya, estos es "buscar primero el reino de Dios y su justicia" y por eso "todo lo demás se nos dará por añadidura". Así lo dio a entender Jesucristo a Stª. Catalina diciéndole: "piensa tú en mí, que yo pensaré en ti", y a Stª. Teresa le dijo: "cuida tú de mis cosas que yo cuidaré de las tuyas".

Por eso están muy equivocados los que se empeñan en conseguir una cosa de Dios a toda costa sin tener en cuenta para nada su voluntad, pues como dice S. Juan de la Cruz. "A Dios si le llevamos por las buenas y a su gusto, podemos conseguir lo que queramos, pero si hay interés de por medio, no hay ni que hablar". Y esto lo mismo vale para cosas materiales que espirituales, porque hay algunos, que quisieran ser santos más para agradarse a sí mismos, que para agradar a Dios y por eso se desesperan de ver que no progresan en la virtud tanto como ellos quisieran, lo cual no es más que soberbia disfrazada de deseo de perfección. Porque la perfección consiste en el perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios y en la perfecta conformidad con su voluntad, se modo que estemos dispuestos a todo con tal de darle gusto, incluso a renunciar a una santidad heroica si esa fuera su voluntad. A veces quiere Dios que soportemos estos defectos hasta que El quiera quitárnoslos, para ejercitarnos en la humildad.