El terrible estado del alma tibia.
Al hablaros hoy mis, queridos hermanos, del terrible estado del alma tibia, mi propósito no es pintaros un terrible y desesperante cuadro del alma que vive en pecado mortal tal sin tener siquiera el deseo de salir de esa condición. Esa pobre desgraciada criatura puede incluso provocar la ira de Dios en la otra vida.
Hablo mis queridos hermanos de alma tibia, no quiero hablar tampoco de los que no cumplen su deber Pascual ni su confesión anual. Ellos saben muy bien que a pesar de sus oraciones y de sus buenas obras se perderán. Dejémoslos en sus cegueras si quieren permanecer en ese estado. Tampoco entiendo por alma tibia, la que le gustaría ser mundana sin dejar de ser hija de Dios. Vosotros la veréis apenas hace un momento postrada ante su Dios y su Maestro, y al momento siguiente postrada ante el mundo, su ídolo.
Pobre ciega criatura, que da una mano a Dios y la otra al mundo, de modo que puede llamar a ambos su ayuda, y prometer su corazón a cada uno a su turno.
Luego, cansada de dar su alianza a ambos, termina por darla sólo al mundo. Es ésta una vida tan extraordinaria y ofrece un espectáculo tan extraño que resulta difícil creer que se trata de la vida de la misma persona. Voy a mostraros esto tan claramente que quizá muchos de vosotros se sentirán heridos por ello. Pero eso me importa poco, porque yo siempre os voy a decir lo que debo deciros y después vosotros haréis lo que queráis...
Me gustaría decir, además, mis queridos, que cualquiera que desee agradar a la vez al mundo y a Dios, lleva una de las vidas mas desgraciadas que se puede imaginar. Vosotros lo veréis. He aquí alguien que se entrega a los placeres del mundo o contrae un mal hábito.
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Qué grande es su temor cuando viene a cumplir sus deberes religiosos, es decir, cuando dice sus oraciones, cuando va a la Confesión o quiere ir a la Sagrada Comunión! El no quiere ser visto por aquellos con los que ha estado bailando y pasando noches en la sala de fiestas, entregándose a toda clase de libertinajes. ¿Ha venido al teatro cuando va a engañar a su confesor ocultando la peor de sus acciones y así conseguir permiso para ir a la Sagrada Comunión, o mejor dicho, a cometer un sacrilegio? Él preferiría comulgar antes o después de la misa, es decir, cuando no hay nadie presente. Sin embargo es totalmente feliz de ser visto por la buena gente, que no sabe nada de su mala vida, y entre los que le gustaría suscitar una buena opinión sobre él. Ante la gente devota él habla de religión. Ante los que no tienen religión él habla de los placeres del mundo. Se ruborizaría de cumplir sus prácticas religiosas ante sus compañeros, o esos chicos y chicas con los que comparte sus caminos..Esto es tan cierto que un día me pidió uno que le permitiera comulgar en la sacristía para que nadie lo viera.
Pero continuaremos más tarde y veréis los apuros de esa pobre gente que quiere seguir a Dios sin abandonar el mundo.
He ahí que se aproxima la Pascua y deben confesarse. No es que ellos quieran confesarse o sientan ninguna urgencia o necesidad de recibir el sacramento de la Penitencia. Ellos sólo estarían contentos si la Pascua se celebrara cada tres años. Pero sus padres conservan todavía la práctica externa de la religión. Ellos serán felices si sus hijos comulgan y procuran urgirles para que se confiesen. En esto, desde luego, cometen un error. Deberían rezar por ellos solamente y no atormentarlos para que cometan un sacrilegio. Por tanto, para librarse de la importunidad de sus padres, para guardar las apariencias, esta gente conseguirá averiguar cual es el mejor confesor para conseguir la absolución por primera o segunda vez.
"Mira," dice uno, "mis padres están enfadados conmigo porque no me he confesado. )Dónde iré? No suelo ir a mi Párroco porque es demasiado escrupuloso. No me permitiría hacer mi cumplimiento pascual. Tendremos que intentarlo con fulano, que permite comulgar a otros que son peores que nosotros.
Otro dice: Aestoy seguro que si no fuera por mis padres, no haría en absoluto el cumplimiento pascual. Nuestro catecismo dice que para hacer una buena confesión tenemos renunciar al pecado y a las ocasiones de pecar y yo no voy a hacer ninguna de las dos cosas. Sinceramente te digo que estoy desconcertado cada vez que llega una Pascua.
.Yo estaré contento cuando me llegue el tiempo de sentar cabeza y dejar de callejear.
Entonces haré una confesión de toda mi vida para poner en orden lo que estoy haciendo ahora.
Sin eso no podría morir feliz."
"Bien" le dirá otro, "Cuando llegue ese tiempo deberías ir al sacerdote que te confiesa ahora. Él será el que te conocerá mejor." "¡Ni hablar!
Iré al que no quiso darme la absolución porque no quería verme condenado también" ¿No era bueno mi consejo? Eso no significa nada en absoluto. Todos ellos tienen el mismo poder."
"Eso está bien cuando haces lo que debes hacer. Pero cuando estamos en pecado pensamos de otra forma.
Un día vino a verme una chica bastante irreflexiva. Me dijo que no iba a volver a confesarse con un sacerdote que era tan tolerante que haciendo como si quisiera salvarte, te empujaba al infierno.
Así es como se portan muchos de esos pobres ciegos. "Padre," dirán al sacerdote, "vengo a confesarme con Vd. Porque nuestro Párroco es demasiado exigente. Él quiere hacernos prometer cosas que no podemos soportar. Quisiera que todos fuéramos santos y eso no es posible en este mundo. Quisiera que nunca fuéramos a bailes, ni frecuentáramos cabaret ni diversiones. Si alguien tiene un vicio, no le da la absolución hasta que no lo ha abandonado completamente. Si tuviéramos que hacer todo eso nunca haríamos nuestro cumplimiento pascual. Mis padres, que son muy religiosos, siempre están detrás de mí para que haga mi cumplimiento pascual. Yo haré todo lo que pueda. Pero nadie puede decir que no volverá a esas diversiones, puesto que nunca sabe cuando se las va a encontrar."
"¡Ah!" dice el confesor, totalmente engañado por esta sincera y sonora charla, "Pienso que tu párroco es quizá un poco exigente. Haz tu acto de contrición y te daré la absolución. Intenta ser bueno ahora."
Es decir: Inclina tu cabeza; vas a pisotear la adorable sangre de Jesucristo; vas a vender a tu Dios como Judas lo vendió a sus verdugos y mañana irás a la Sagrada Comunión, donde procederás a crucificarlo. ¡Qué horror! ¡Qué abominación! ¡Adelante, vil Judas, ve a la santa mesa, ve y da muerte a tu Dios y a tu Salvador! Deja gritar a tu conciencia, intenta solamente sofocar sus remordimientos todo lo que puedas... Pero estoy yendo demasiado lejos, mis hermanos, Dejemos permanecer a esas pobres ciegas criaturas en su ceguera. Pienso, hermanos, que os gustaría saber cuál es el estado del alma tibia. Pues bien, este es. Un alma tibia no está todavía totalmente muerta a los ojos de Dios, porque la fe, la esperanza y la caridad, que son su vida espiritual, no están apagadas del todo. Pero es una fe sin celo, una esperanza sin resolución, una caridad sin fervor...
Nada conmueve a esta alma: es verdad que escucha la palabra de Dios, pero a menudo le aburre. Sus poseedores oídos la oyen con dificultad, más o menos por hábito, como alguien que piensa que sabe bastante sobre ella pero no todo lo que debería saber.
Cualquier oración un poco larga le repugna. Esta alma está tan llena de lo que acaba de hacer o de lo que va a hacer, su hastío es tan grande, que ésta pobre desgraciada está casi en agonía. Está todavía viva, pero no es capaz de hacer nada para ganar el cielo...
Durante los últimos veinte años, esta alma ha estado llena de buenas intenciones sin hacer absolutamente nada para corregir sus defectos.
Es como quien envidia al que está en la cima del mundo pero no se digna levantar un pié para llegar allí. No querría sin embargo renunciar a las bendiciones eternas por estas cosas del mundo. Ella no quiere todavía ni abandonar el mundo ni ir al cielo, y si puede arreglárselas para pasar su tiempo sin cruces ni dificultades nunca pediría en absoluto abandonar este mundo. Si alguna vez se la oye decir que esta vida es larga y miserable, es sólo cuando algo no va de acuerdo con sus deseos. Si Dios, para forzarla al desapego afectivo de las cosas temporales, le envía alguna cruz o sufrimiento, se irrita, se aflige, se abandona a las quejas y lamentos y a veces casi se desespera. Parece como si no quisiera ver que Dios le manda estas pruebas para su bien, para despegarla de este mundo y volverla hacia Él. ¿Qué ha hecho ella para merecer estas pruebas? En este estado una persona piensa que hay muchos otros peores que ella que no son sometidos a estas pruebas.
En los tiempos prósperos el alma tibia no va tan lejos que se olvide de Dios pero tampoco se olvida de sí misma. Sabe muy bien jactarse de todo lo que significa haberse empleado en conseguir su prosperidad. Está totalmente convencida de que otros no habrían conseguido el mismo éxito. Le encanta repetir eso y oírlo repetir y cada vez que lo oye es con renovado placer. Al que tiene un alma tibia le encanta tratar con los que le adulan pero hacia los que no le tratan con el respeto que él cree que se merece, o no le han agradecido sus favores mantiene un aire de fría indiferencia y parece indicarles que son ingratas criaturas indignas del bien que él les ha hecho...
Si quisiera representaros con una imagen el estado de un alma tibia os diría que es como una tortuga o un caracol. Se mueve sólo arrastrándose por el suelo y se puede ver que se mueve de un sitio a otro con gran dificultad. El amor de Dios que siente en lo más profundo de sí mismo es como una pequeña chispa de fuego escondida bajo un montón de cenizas
El alma tibia llega al punto de ser totalmente indiferente a su propia pérdida. A ella no le ha quedado nada más que un amor sin ternura, sin acción y sin energía, que la sostiene con dificultad en todo lo que es esencial para la salvación. Pero los demás medios de Gracia no los estima nada o casi nada. Qué lástima de esta pobre alma en su tibieza como el que esta adormilado entre dos sueños. Quisiera actuar pero llegará a estar tan debilitado, que le falta la fuerza o el coraje para cumplir sus deseos.
Es verdad que un cristiano que vive en la tibieza cumple todavía sus deberes regularmente, al menos en apariencia. Ciertamente doblará sus rodillas cada mañana para hacer sus oraciones. Irá a los sacramentos cada Pascua e incluso varias veces durante el curso de los doce meses. Pero en todo esto tendrá tanta repugnancia, tanta negligencia, e indiferencia, tan poca preparación, tan pequeño cambio en su conducta, que se ve fácilmente que esta cumpliendo sus deberes sólo por costumbre y rutina, porque se trata de una fiesta y tiene el habito de realizar esto en ese tiempo. Sus confesiones y comuniones no son sacrílegas pero no producen fruto y lejos de hacerle más perfecto y más grato a Dios le hacen más indigno. Como sus oraciones que sólo Dios sabe que las hace sin ninguna preparación desde luego,
Por la mañana no es Dios quien ocupa sus pensamientos, ni la salvación de su alma; Él está tan atrapado con pensamientos de trabajo. Su mente está tan arrastrada a las cosas de la tierra que el pensamiento de Dios no tiene lugar en él. Él está pensando en lo que va a hacer durante el día, dónde enviará a sus hijos y sus varios empleados, en cómo realizará su trabajo. Él dobla sus rodillas sin duda, pero no sabe qué quiere pedirle a Dios, ni qué necesita, ni ante quién esta de rodillas. Su negligente conducta muestra esto muy claramente. Ciertamente es un pobre hombre, que a pesar de ser miserable, no quiere absolutamente nada y ama su pobreza. Es sin duda un enfermo desesperado que desprecia a los doctores y a los remedios y se aferra a sus enfermedades. Podéis ver que esta alma tibia no tiene dificultad, con el más ligero pretexto, en charlas durante el curso de sus oraciones. Sin ningún motivo las abandonará, al menos parcialmente, pensando que las terminará en otro momento. ¿Quiere ofrecer el día a Dios, pedirle su Gracia? Hace todo eso a menudo pero sin pensar a quién está dirigido. Ni siquiera dejará de trabajar para hacer el ofrecimiento. Si el que tiene un alma tibia es un hombre, le dará vueltas a su gorra o su sombrero en sus manos como si estuviera viendo si es bueno o malo, como si estuviera pensando en venderlo. Si es una mujer, dirá sus oraciones mientras corta el pan en su sopa, o pone leña en el fuego, o llama a sus niños o a la criada. Si queréis, tales distracciones durante la oración no son deliberadas. La gente mas bien no las tendría, pero como es necesaria tanta más molestia y energía para librarse de ellas, las dejan solamente y les permiten venir cuando quieran. El cristiano tibio no trabaja los domingos en las tareas que están prohibidas a cualquiera que tenga el más mínimo sentido religioso, pero coser algo, arreglar algunas cosas en la casa, llevar las ovejas a los campos durante la hora de la Misa, con el pretexto de que no tiene suficiente alimento para ellas –todas estas cosas las hará sin el menor escrúpulo -, y tales personas preferirán que sus almas y las de sus empleados perezcan antes que arriesgar a sus animales. Un hombre está muy ocupado preparando sus herramientas, y sus carros y gradas y todo lo demás para el día siguiente; rellenará un hoyo o cercará una brecha; cortará varios trozos de cuerdas y maromas; sacará las mantequeras y las pondrá en orden. ¿Qué pensáis de todo esto mis queridos hermanos? ¿No es, por desgracia, la simple verdad?...
Un alma tibia se confesará regularmente, e incluso con verdadera frecuencia. Pero ¿qué clase de confesiones son? Sin preparación, ni deseo de corregir las faltas, o, al menos, con un deseo tan débil y tan pequeño que la más insignificante dificultad lo detendrá totalmente. Las confesiones de tal persona son meras repeticiones de las anteriores, lo cual sería un feliz estado si no hubiera nada que añadirles. Lleva veinte años acusándose de las mismas cosas que confiesa hoy y si fuera a la confesión veinte años después, diría las mismas cosas. Un alma tibia, si queréis, no comete grandes pecados. Pero alguna difamación o crítica, una mentira, un sentimiento de odio o antipatía, de envidia, un ligero detalle de falacia o doblez –a estas cosas no les da la menor importancia -. Si es una mujer y no le das todo el respeto que ella cree que se le debe, ella lo conseguirá bajo el pretexto de que Dios ha sido ofendido; puede ser que diga toda vía más, desde luego, puesto que ha sido ella misma quien ha sido ofendida. Es verdad que esa mujer no dejará de frecuentar los sacramentos, pero sus disposiciones son dignas de compasión. El día que va a recibir a su Dios, pasa parte de la mañana pensando en asuntos temporales. Si es un hombre estará pensando en sus negocios y ventas. Si es una mujer casada pensará en su familia y sus niños. Si es una chica pensará en sus vestidos. Si es un chico soñará con lo bien que se lo está pasando y así sucesivamente. El alma tibia encierra a Dios en una especie de oscura y fea prisión. Su poseedor no lo crucifica, pero Dios puede encontrar poca alegría o consuelo en su corazón. Todas sus disposiciones proclaman que su alma a duras penas respira. Después de haber recibido la Santa Comunión, esta persona apenas piensa en Dios en todos los días siguientes. Su modo de vida nos dice que no conoció la gran felicidad que debería haber sentido (después de comulgar).
Un cristiano tibio piensa muy poco en el estado de su pobre alma y casi nunca permite a su mente pensar en el pasado. Si el pensamiento de hacer algún esfuerzo para ser mejor cruza totalmente por su mente, piensa que una vez confesados sus pecados, debería estar perfectamente feliz y en paz. El asiste a la Santa Misa con mucha frecuencia, pero no piensa seriamente en lo que está haciendo y no tiene inconveniente en charlar sobre toda clase de temas mientras va de camino. Posiblemente no dedica ni un sólo pensamiento al hecho de que está a punto de participar en el don más grande, que la omnipotencia de Dios puede darnos. El dedica algún pensamiento a las necesidades de su propia alma, sí, pero una muy pequeña y débil cantidad de pensamiento desde luego. Frecuentemente estará en la presencia de Dios, sin tener la menor idea de lo que está haciendo o pidiéndole. Tiene pocos escrúpulos en interrumpir, con el más ligero pretexto las oraciones después de la Misa. Durante la Misa no quiere dormirse e incluso tiene miedo de que alguien pudiera verle dormido pero no hace ningún esfuerzo para evitarlo. No quiere, desde luego, tener distracciones en la oración o durante la Santa Misa, sin embargo en lugar de luchar contra ellas, las sufre muy pacientemente considerando el hecho de que no le agradan. Los días de ayuno se reducen prácticamente a nada, ya sea por adelantar la hora de la comida principal, o so pretexto de que el cielo no se alcanza con hambre, haciendo la colación tan abundante que equivale a una cena completa. Cuando practica la beneficencia sus intenciones están muy mezcladas – unas veces es para agradar a alguien, otras por compasión y otras por agradar al mundo. Para estas personas todo lo que no sea un pecado mortal es bastante bueno. Les gusta hacer el bien, siendo fieles, pero les gustaría que no les costara nada o, al menos, les costara muy poco. Les gustaría visitar al enfermo, ciertamente, pero sería más conveniente que el enfermo viniera a ellos. Tienen algo para dar en limosnas, saben muy bien que cierta persona necesita ayuda, pero esperan a que venga a pedirles en lugar de anticiparse, que sería mucho más meritorio. Incluso diremos que la persona que lleva una vida tibia no deja de hacer muchas buenas obras, frecuentar los sacramentos, asistir regularmente a a todos los servicios de la iglesia, pero en todo esto se ve solamente una fe débil y lánguida, una esperanza que se derrumba ante la más pequeña prueba, una amor a Dios y al prójimo sin ardor ni gozo. Todo lo que esta persona hace no está enteramente perdido pero le falta poco.
Mirad ante Dios, mis queridos hermanos, cuál es vuestra situación. ¿La de los pecadores, que han abandonado todo y se hunden en el pecado sin remordimientos? ¿La de las almas santas que buscan sólo a Dios? O sois del número de almas flojas, tibias, indiferentes como las que acabamos de describiros? ¿Por qué camino vais?
¿Quién puede estar seguro de que no es un gran pecador ni un alma tibia sino uno de los elegidos? ¡Cuántos parecen buenos cristianos a los ojos del mundo, que son tibios a los ojos de Dios, que conoce lo íntimo de nuestros corazones...!
Pidamos a Dios de todo corazón, si estamos en ese estado, que nos conceda la gracia de salir de él, de modo que podamos tomar el camino que todos los santos han tomado, llegar a la felicidad que ellos gozan. Eso es lo que deseo para vosotros.
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